En el siglo XIX la lencería masculina consistía en un mono de la lana de una sola pieza. Los primeros eran teñidos en color rojo, lo que provocaba un kaos cuando se lavaban porque desteñían. Al final acabaron teñidos en gris claro por funcionalidad. Mantenían calientes a los hombres y sin olores corporales. Algunos hombres llevaban el mismo mono todo el invierno.